Despues de casi un mes de ausencia, regresamos energicos con este bonito mensaje de un grande...
Artistas, ustedes que hacen Teatro** en grandes edificios, bajo soles artificiales, ante una multitud silenciosa, busquen la oportunidad de presenciar ese Teatro que se hace en la calle, el Teatro cotidiano, múltiple, humilde, pero tan vivo, terreno, nutrido de la vida social y que se representa en la calle.
|
FOTO: Fernando Fernan Gomez |
|
Aquí la inquilina imita a la propietaria. Muestra claramente cómo esta trata, en un aluvión de palabras, desviar la conversación sobre esa cañería rota. En los paseos, los muchachos les muestran a las muchachas (ellas ríen por lo bajo) cómo por las noches ellas se defienden al mismo tiempo que enseñan hábilmente los senos. Y aquel borracho, allá, muestra al cura en su sermón cuando envía a los miserables junto con los ricos arrepentidos al Paraíso. Que útil es ese Teatro. Que serio y que divertido. Y que digno. No es como las cotorras o los monos que esa gente imita, por el solo placer de imitar, indiferentes a aquello que imitan. No lo hacen solamente por demostrar que saben imitar: Ellos tienen un objetivo. ¿Podrían ustedes, grandes artistas, maestros de la imitación, no ser inferiores a ellos en ese punto? No se alejen demasiado, por más que logren la perfección en su arte, de ese Teatro cotidiano que se representa en la calle.
Fíjense allá, en la esquina, en aquel hombre. Muestra cómo se produjo el accidente. Véanlo en trance de representar al conductor al juicio de los espectadores. Lo representa sentado al volante; y sin embargo imita al accidentado, aparentemente un anciano. No dice sobre el uno ni el otro más que lo indispensable para ayudar a comprender el accidente y por supuesto, también para que surja claro ante nuestros ojos. Pero no muestra ni al uno ni al otro como si no hubiera podido escapar al accidente. El accidente se hace comprensible y, sin embargo, incomprensible, ya que tanto el uno como el otro hubieran podido comportarse de otra manera: He aquí que demuestra cómo hubieran podido comportarse para que el accidente no se produjera. Nada de superstición en ese testigo, no abandona a los mortales a la voluntad de los astros, sino a la de sus errores.
Fíjense también, con respeto, en la seriedad y la minuciosidad de la imitación. El sabe que muchas cosas dependen de su exactitud: que el inocente no sea castigado, que la victima sea indemnizada. Véanlo repetir lo que ya hizo antes. Dudando, apelando a su memoria para no equivocarse, inseguro de estar imitándolo correctamente, interrumpiéndose y pidiéndole al otro que le rectifique tal o cual detalle. Así, mírenlo con respeto y mediten asombrados sobre el hecho que ese imitador jamás se pierde en una imitación. No se metamorfosea jamás completamente en el que imita. Siempre permanece como en que muestra los hechos, sin ser él el afectado. El otro no lo ha poseído, no comparte sus sentimientos ni sus opiniones, no sabe de él más que unos pocos datos. De su imitación no surge un tercero nacido del otro y de él, hermano de ambos y que tendría un solo corazón, y un solo cerebro. Es con el espíritu lucido que él se presenta y muestra al vecino, al desconocido.
La misteriosa metamorfosis que se produce pretendidamente en vuestros Teatros entre el camerino y el escenario: Un actor sale de su camerino, un Rey entra en el escenario, esa operación mágica (a cuantos tramoyistas he visto yo burlándose de ella, con una botella de cerveza en la mano), no se produce aquí. Nuestro hombre de la calle, nada tiene de un sonámbulo al que nada se le puede preguntar. Nada tiene de un gran Sacerdote oficiante. En todo momento lo podemos interrumpir; y él te responde tranquilamente y continua, después que has terminado de hablar, su representación.
No digan ustedes: Ese hombre no es un artista. Levantando semejante barrera entre ustedes y el mundo, solo logran colocarse fuera del mundo. Si ustedes le niegan su condición de artista, él podría negarles a ustedes su condición de hombres, y ese reproche sería mucho mas grave. Digan mejor: Es un artista porque es un hombre. Nosotros podemos perfeccionar lo que él hace y recibir honores por ello, pero lo que hacemos es común a todos los hombres, practicando a todas horas en el bullicio de la calle, ya que es tan necesario al hombre como comer y respirar.
|
Bertolt Brecht |
|
Acerquen su Teatro a lo cotidiano. Digan: Nuestras mascaras nada tienen de especial mientras sigan siendo mascaras: el vendedor de corbatas, allá, se peina como un conquistador, se cuelga un bastón al brazo, se pega un bigotico y detrás de su mostrador da algunos pasos contoneándose, para demostrar la ventajosa transformación que con una corbata, un bigote y un bastón, puede operarse en un hombre. Digan: Nuestros versos ustedes los tienen también. Los vendedores de periódicos gritan las noticias rimándolas, para aumentar su efecto y facilitar la repetición. Nosotros decimos un texto que no es nuestro, pero los amantes y los comerciantes también se aprenden textos que no son de ellos. ¿Y no citan ustedes a menudo refranes y proverbios? Así las mascaras, los versos y los refranes se hacen habituales, pero siguen siendo excepcionales la mascara concebida con grandeza, el verso bien dicho y el refrán inteligente.
Entendámonos: aunque ustedes superen lo que hace el hombre de la calle, harán menos que él si su Teatro permanece menos lleno de significados, participa menos y por razones menores en la vida del público y si ustedes lo hacen menos útil.
__________________________________
*BRECHT, BERTOLT: Écrits sur le theatre. Pp. 32-35, L’Arche, París, 1963.
**Redactamos Teatro con "T" mayúscula porque consideramos a nuestra profesión una filosofía de vida y profesionalmente estamos llamados a perseguir el camino de la perfección, aunque se nos acabe la vida en su intento.